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29 marzo 2020

EL REFUGIO (Microrrelato)

EL REFUGIO


En sus tardes vacías siempre se sentaba en este banco. El abuelo me contó una vez su historia, no la suya sino la de este banco. Fue hace mucho tiempo. Yo era muy pequeño y la verdad no sé cómo puedo ser consciente de aquella conversación porque, cuando él hablaba, no parecía dirigirse a mí. En realidad, creo que hablaba solo. A veces el abuelo se quedaba absorto en sus pensamientos mientras me veía jugar. Lo cierto es que yo barajaba mis puzles en la mesa del saloncito y él estaba sentado al otro lado mientras me cuidaba. Así pasábamos muchas tardes. Aquellas que mi madre trabajaba de turno en el hospital. Recuerdo muchas, muchas. Todas iguales se me amontonan en la memoria, pero aquella tarde, ésta a la que me refiero hoy, acaba de ponerse encima de todas y ha subido sus persianas y corrido las cortinas. Hoy tengo toda la luz de aquel recuerdo.

Este banco fue su cama muchas noches, muchos años atrás, cuando se hizo mayor y tuvo que dejar de ser un tutelado y otro chico, más pequeño y más desvalido, heredó su sitio. Este banco también fue su mesa, su casa. Con su primer trabajo, poco a poco, se fue permitiendo algunas mejoras en la vida, pero de esa época el abuelo no contaba nunca nada, solo que volvía al banco casi a diario, hasta que se enamoró y pudo formar una familia. Luego, solía ir al banco cada vez que quería pensar tranquilo y tomar decisiones. Después, se sentaba a veces, cuando solo quería despejar la mente o recordar. Pero esto último solo lo sé desde que mi padre trajo el banco a casa y lo puso en el jardín, pocos días después de que el abuelo se instalara en nuestra casa. 

El banco estaba originariamente en una pequeña plaza que los vecinos llamaban la placita del rincón, porque al parecer no tenía nombre en el callejero oficial. Aquella plaza estaba al abrigo de los vientos otoñales en un jardín triangular y en un recoveco entre árboles corpulentos que proporcionaban sombra y fresco en los veranos. Cuando el abuelo se enteró de que toda aquella zona iba a ser demolida para llevar a cabo una actuación urbanística, alquiló una furgoneta, y una tarde noche, con ayuda de su hijo ya muchachote (mi padre), desmontó el banco, lo cargó y se lo llevó a su casa. Allí, en su estudio, lo ha tenido todo su tiempo productivo como pintor de éxito. Sus alumnos y las visitas que a veces tenía lo usaban para verle trabajar sus creaciones, pero luego, ya de noche, después de haber cenado, el abuelo se sentaba un rato a meditar, o, como él decía, a repasar el día vivido y mostrar su agradecimiento.

Después del ictus y su larga estancia en el hospital mi padre lo cuida en casa y, ahora que ya puede salir al jardín a pasearse y comienza a expresarse con algo más de facilidad, ha decidido traerle su banco. A la recachita del jardín, bajo el aguacate, no sé si es el solecito lo que le ilumina de nuevo la mirada.




2 comentarios:

  1. Hay vivencias que marcan a fuego y objetos que se relacionan con ellas. Las primeras están impresas en nuestra alma, los segundos las representan cual embajadores perennes de las raíces que absorben los nutrientes de los actos. Quienes nos conocen y, sobre todo, nos quieren, lo comprenden. Por eso, lejos de afrontar las decisiones que tomemos sobre estos objetos, por muy peregrinas que parezcan, como caprichosas, las respetan como inherentes a nuestra estela vital. Es de agradecer en la proporcionalidad en que los años nos restan fuerzas.

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  2. Pueden parecer nimios objetos para otras miradas, pero cuando existe un apego emocional son verdaderamente importantes y están presentes en aquellas vivencias que te hacen crecer como persona.
    Gracias por tu lectura.

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