LÉEME EN TU IDIOMA

20 marzo 2020

LAS VACACIONES DE TU VIDA (Microrrelato)



LAS VACACIONES DE TU VIDA

En la oficina no solo procuraba una limpieza y un orden casi maniáticos, también intentaba mantenerla perfumada toda la jornada a base de esencias que, gota a gota, iba poniendo aquí o allá cuidando de abarcar bien todos los espacios. Le gustaba alternar los aromas cada varios días para ir cambiando también los ambientes de la oficina con los carteles, posters y láminas de aquellos lugares paradisíacos del mundo que ella conocía tan bien.

Los ratos que no tenía clientes en la agencia los dedicaba a estudiar pormenorizadamente todos los atractivos culturales, folclóricos, arqueológicos, culinarios, paisajísticos, playeros y de toda clase reseñable de aquellos maravillosos parajes. Así seguía adquiriendo contínuamente unos conocimientos que luego le servían para vender paquetes vacacionales para cualquier tipo de viajeros.

Teresa tenía una cultura turística increíble. Conocía de cada ciudad hasta itinerarios, líneas de metro, calles peatonales, parques infantiles, en fin, que a cada cliente le aconsejaba lo que parecía mejor para las necesidades de su familia y aquello que mejor se adaptaba a sus deseos. Según la edad de sus potenciales clientes, les hablaba de fechas de conciertos, de bonos para museos, de paquetes gastronómicos, de excursiones, senderismo, aventura extrema… Teresa lo sabía todo.

Trabajaba allí desde que terminó el instituto. Su madre, al quedar viuda, no quiso cerrar la agencia de viajes que el marido, padre de Teresa, había mantenido tanto tiempo. No tenían otros ingresos más que los que generaban las vacaciones de los demás. Escasamente dos años después Teresa también perdió a su madre. Pocos meses pasaron y un chico que parecía que la rondaba se fue a la academia de la Guardia Civil y nunca supo a dónde lo destinaron siquiera. Treinta años hace ya.

Teresa, mientras intenta ahorrar para irse muy lejos, se refugia en todos los rincones del mundo, a los que viaja, desde su silla del ordenador, en aquel avión de plástico y purpurina que, a treinta centímetros de su mesa, nunca acaba de despegar.



3 comentarios:

  1. A veces, los viajes imaginarios son mejores que los reales. Pero, cuando se tiene un verdadero anhelo de patear las calles, de ver los museos, de comer en los restaurantes... que uno aconseja sin poder cumplir esos deseos íntimos... entonces, la resignación no basta. Hay que romper las cadenas aunque sus eslabones provengan de la propia sangre; hay que rebuscarse en los tuétanos el suficiente coraje para hacer justicia con uno mismo: la vida sólo pertenece a cada cual; hay que volar, aunque sea con botas y mochila, pisando charcos y viendo las nubes desde abajo... Pero, en continuo avance.

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  2. Hay deseos que sustentan una vida entera en la paciente esperanza de que se hagan realidad. Como todos los deseos, no tienen porqué cumplirse siempre, pero vives solo por ello. Un deseo ¿inalcanzable? es lo que te hace (in)feliz.
    Abrazo.

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  3. Claro, las utopías son imprescindibles. Estoy de acuerdo. Aunque me gusta iniciar el anhelo de alcanzarlas. Aunque me quede en ese inicio, al menos, ya las atisbo.

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