LÉEME EN TU IDIOMA

24 febrero 2021

DIEZ AÑOS DESPUÉS (Microrrelato)



DIEZ AÑOS DESPUÉS

Se comunicó con su médico a través del dispositivo bodysure que había detectado la necesidad de otra dosis curativa. El doctor puso en marcha la primera fase del tratamiento enviando a la farmacia el share implementado con los datos del paciente. Allí se activó la segunda fase partiendo un dron-apotek hacia su ubicación para entregarle el staffstick. Tras firmar el recibí mediante reconocimiento facial, abrió el envío, desechó el foam, se hizo con el brainchip, lo introdujo en la ranura temporal y pulsó enter completando así la tercera y última fase de la cura. Casi instantáneamente cesaron la angustia y la claustrofobia residual que perduraban en su sentir y le fueron inundando las sensaciones de libertad, de tranquilidad y de compañía social, a la vez que le embargaba la felicidad del contacto físico. Por delante le esperaban otros 180 días de nueva normalidad. Esa era la obsolescencia de la vacuna.



05 febrero 2021

MUDANZAS (Microrrelato)

 

MUDANZAS

Tras una dificultosa mudanza, una vez colocados los muebles, los estantes y las librerías en la habitación que había elegido, me dispuse a abrir las cajas de los libros para ir colocándolos donde debían estar. Para mí es importante el orden en mi biblioteca, primordial diría yo, porque cuando escribo, necesito hacer consultas para documentar mis textos. Llegado aquel momento de mi vida, había decidido dejar mi trabajo y dedicarme a escribir. Por eso había vendido el piso del centro y he comprado esta casa en este pueblecito casi desconocido.

Fue muy extraño abrir la primera caja y ver aquello. Al principio no supe qué era, qué estaba pasando, y aún ahora después de comprobarlo tantas veces, me cuesta creerlo. Pero tengo que contarlo. Al sacar un libro de la primera caja noté algo caer en el hueco que dejaba. Me parecía imposible que fuera polvo pues yo mismo fui quien los empaquetó y sabía el cuidado que había puesto en ello (mimaba los libros, no me importa decirlo), así que pensé que algo pequeño guardado entre sus páginas se habría deslizado y caído. Saqué entonces algunos libros más para que el hueco adquiriese un tamaño apropiado para mi mano y buscarlo, pero observé que caían más objetos. Bueno, ahora sé que no eran objetos y mientras más libros sacaba, más se acumulaban en el fondo de la caja. No podía entenderlo, eran letras, palabras, había muchos adjetivos, a veces sintagmas completos, determinantes, preposiciones, oraciones subordinadas, incluso párrafos. Se iban desprendiendo de sus libros y mezclando entre sí en el fondo de cada caja. Aparentemente, los libros estaban bien, completos quiero decir, no les faltaban páginas, no, no eran páginas arrancadas, ya digo que eran letras y palabras sueltas.

Una vez hube colocado todos los libros en sus estantes y después de tomarme un respiro, recogí aquel fondo de letras y palabras de las cajas, era un batiburrillo de ideas yuxtapuestas, conceptos clásicos codeándose con ideogramas modernistas, silogismos junto a haikus, sonetos y pies de página, surrealismo y ensayo, literatura abstracta, y, en fin, a falta de un sitio mejor, las puse en el cajón de mi escritorio para tenerlas a mano, donde aún las conservo.

Curiosamente, aquí siguen y cada día juego con ellas. De los libros ya ni me acuerdo. He comprendido que lo mejor de ellos no está impreso en sus páginas ni estático en los estantes.