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30 julio 2017

UN SALTO DE CABALLO (Narración corta)

UN SALTO DE CABALLO

4 minutos debían bastar para el jugador de primera categoría, 9 para el de segunda, 13 para el de tercera y 15 para el aficionado. Al menos, eso aseguraba aquel párrafo que estaba encabezado por el título "Tiempo de resolución" y que estaba debajo del gráfico que mostraba la posición de las piezas en el tablero de ajedrez.
El pasatiempo especificaba a quién correspondía mover y qué debía suceder en el juego con la escueta indicación de "blancas juegan y ganan", pero nada aclaraba sobre cómo debía jugarse en adelante para alcanzar la ventaja decisiva. Es curioso, pero hoy creo que esa pudo ser la razón de que lo tomara como un reto: otras veces, en este tipo de pasatiempo, ponían algún comentario que te servía de pista, ya que te sugería cuál era el tema a estudiar... por ejemplo, decían algo así como "con enérgica maniobra de ataque, las blancas explotaron la mala posición del rey negro en esta partida jugada por tal y cual en el año catapún", o cualquier otro comentario que, prácticamente, te señalaba el camino a seguir. Pero en este que cuento no había pistas. Es posible que ese detalle provocase en mí un interés especial en resolverlo.
Había bastantes piezas en el tablero y equilibrio de material en ambos bandos. El problema parecía interesante y, no se bien por qué, pensé... así que ¿nueve minutos?... veamos...
Miré mi reloj y, sin duda, vi la hora que era pero mi mente, o mi memoria, no es capaz ahora de recordarla. Probablemente el mecanismo de la curiosidad ya se había puesto en marcha intentando hallar la jugada buena en ese momento de la partida y el registro de la hora quedó en segundo plano de mi atención.
No obstante, pasé pocos minutos buscando la combinación ganadora (que no llegué a encontrar) porque, cuando valoraba las consecuencias posibles de un par de variantes, la voz de la enfermera dijo mi nombre.
Creo que lo oí dos o tres veces, pero mi oído también estaba ocupado oyendo en silencio las silenciosas instrucciones que yo mismo dictaba y oía, reproduciendo mentalmente los movimientos de las piezas en el tablero que ocupaba mi cabeza (o al menos mi atención) casi en exclusiva. Y digo "casi" no por casualidad: solté la revista en la mesita de cristal y me encaminé hacia la consulta intentando dejar en la sala de espera aquella sensación que estaba experimentando desde que llegué. Esa molesta impresión que uno tiene cuando sabes que te observan, que están pendientes de tí, aunque, por supuesto, lo disimulan.
Aquellas tres personas que compartían sala y espera conmigo, me miraban. Eso sí, lo hacían de forma que no podría reprocharles nada, ni llamarles la atención... yo ni tan siquiera podía sostenerles la mirada porque (no se cómo lo hacían) cuando yo los miraba, aún furtivamente, intentando pillarlos con las manos en la masa, resultaba que cada uno de ellos estaba mirando a otra parte. A veces, una revista, otras veces el diploma enmarcado en la pared (que, por cierto estaba ladeado) o miraban aquella planta que ocupaba la esquina, o, simplemente, las musarañas, qué se yo...
Sin embargo era obvio que me espiaban. En sus caras se notaba la seguridad que a sus facciones aportaba el hecho (o, diría, la convicción) de que yo nada sospechaba de sus miradas hacia mi persona. Esa seguridad parecida a la del trapecista cuando se lanza al vacío, parecida también a la de un niño cuando se enfrenta a un folio en blanco.
Huelga decir que mi tranquilidad y mi seguridad en mí mismo eran dominantes pues la tácita realidad era que, aquellas tres personas que compartieron sala y espera conmigo y que me miraban a hurtadillas, eran totalmente ignorantes en su ingenuidad, pues creían pasar desapercibidos confiando en mi inocencia, cuando, en realidad, eran ellos los inocentes ya que era yo quien los tenía engañados dejándoles creer que era un blanco fácil para sus miradas insatisfechas y ávidas de curiosidad.
Por eso antes dije "casi". En realidad nunca estuve absorto del todo, ya que mientras maniobraba mis piezas intentando ganar la partida, también manipulaba a distancia los gestos de aquellas tres personas, como tres peones, haciéndome yo el rey.
Pero, basta ya de explicaciones. Una mente como la suya debe ser capaz de captar aún los más arbitrarios razonamientos ajenos, si no, cómo iba a tener a su cargo la responsabilidad de entender el por qué de todas esas desconocidas realidades que, gente como yo, inventamos cambiando las leyes.
Mire, doctor, usted me cae bien. De todos los colegas suyos que han venido a entrevistarse conmigo, es usted el primero que me inspira confianza. Quizá sea porque aún no me ha preguntado nada. Eso, sin duda, le hace a usted más sabio, pues debe saber, acaso por intuición, que soy yo quien sabe exactamente lo que usted quiere saber de mí. Es muy astuto ahorrándose la pregunta. Su sensatez me hace pensar que es el único capacitado para comprender mi realidad:
Le diré que hacer cambiar las leyes y crear son, aunque parezca imposible, sinónimos para mí. Yo tengo una idea distinta, pero muy clara, de lo que constituye la verdadera esencia de la creación: subrayar objetivamente (con inteligencia, sensibilidad y emoción) lo más trivial de una realidad objetiva para así crear otra realidad, que designamos con el nombre de fantasía, que se emplazará en un punto equidistante del sujeto y el objeto, pero que será superior al primero en perdurabilidad de emoción y al segundo en autenticidad estética. El secreto es fijarse en lo esquisito, sí, pero contarlo con toda simpleza y naturalidad, sin delicuescencias ni extraplasticismos. Lo capta ¿verdad?, mi creación parte de esa realidad que acentúa o de aquella que se aleja (según los casos) pero en ningún momento es engañosa.
Le digo todo esto, doctor, porque se que está usted capacitado para comprenderlo, es necesario ver el contexto, el ambiente, conocer la situación, el momento. Así la comprensión del suceso se hace asequible, ya que se convierte, en realidad, en mera consecuencia.
¿Se ha fijado que he dicho "consecuencia"? Casi sin pensar he elegido, entre las cinco o seis mil palabras de mi vocabulario, justo la más apropiada. Porque hay dos sentidos en esta palabra: el primero tiene que ver con la sucesión de secuencias, el segundo, más semántico, viene dado a entender cuando lo próximo es lo más consecuente con lo que antecede.
Por eso me detengo en contarle con detalle, no solo mis movimientos físicos de aquella tarde, sino también mis elucubraciones mentales, para que no tenga usted que escrutar demasiado a fondo en el fondo de mi pensamiento.
En fin... ya sentado... o casi tendido en el sillón... con la boca abierta... soportando la limpieza dental...
...¡Ojo! digo "soportando" no porque me hiciese daño, que el dentista era excelente, sino porque es bastante molesto. Hay que permanecer largo rato con la boca exageradamente abierta, y también con los ojos bien cerrados porque nadie puede evitar que te salpique toda la cara esa pulverización de agua que expele la dichosa maquinita limpiadora. Además, el ruidillo y las vibraciones se pegan a uno y no te dejan ni aún después de haber terminado la sesión que, por si fuera poco, ha trascurrido todo el rato con ese aspirador de saliva que te colocan y que no es muy apto para escrupulosos.
Como le contaba, doctor, sentado allí. con los ojos cerrados, los músculos tensos y la atención en varios frentes... y va mi dentista y dice:
- Esta pieza la tiene usted casi perdida.
Y con la herramienta me daba golpecitos en la muela derecha de abajo, ¿sería otra estrategia comercial?, bueno, verá, déjeme que le explique:
Mi dentista es excelente como profesional, pero es algo pesetero ¿sabe?. Fíjese que me mandó a mi compañía de seguro médico con un talón firmado por él para que se me autorizara una "limpeza dental por gingivitis" (cito textualmente) cuando no es verdad que yo la padeciese. No es más que un ardid para ser mejor remunerado por la compañía (como usted sabrá que también es médico) que abona los talones de asistencia con mayor o menor cantidad dependiendo del servicio prestado. Cosa que a mi no me preocupa, como se imaginará, ya que la cantidad mensual que yo pago al seguro es invariable, no afectando en nada si hago mayor o menor uso de él. Por eso le permito que un par de veces al año me prescriba una "limpieza dental por gingivitis". Así, conmigo y con otros de sus pacientes (o, mejor, clientes) se va haciendo con los talones necesarios según sus criterios económicos.
Conste que le cuento esto, solo porque estamos aquí para eso, pero a él no le digo absolutamente nada, así le dejo creer que no me doy cuenta de esos nimios detalles.
Y, dicho esto, seguiré por donde iba...
- Esta pieza la tiene usted casi perdida, me dijo golpeándome suavemente la torre de rey. Y luego prosiguió:
- Y la corona está en peligro. ¿Se da cuenta doctor? me puso en jaque... pero la pista fue decisiva.
Ahora me tocaba a mí, era mi turno de juego. Mi caballo estaba en buena disposición para saltar capturando su pieza de ataque, así que, sin pensármelo más, lo hice.
Su ataque quedó desmantelado.



09 julio 2017

GUIÓN PARA UN CORTO (Microrrelato)

GUIÓN PARA UN CORTO

En el escenario hay pintores ataviados con sus caballetes y sus pinceles, sus gafas, sus gorras y sus mandiles. Están en un estudio en el que se encuentra posando una joven completamente desnuda, muy iluminada por tres luces. Amarilla, roja y azul.
A cada uno de los pintores le acompaña un foco de luz blanca, más suave, que ilumina cada lienzo.
La cámara toma este plano general al que no adorna ninguna música. Reina el silencio absoluto.
Así transcurre un minuto.
Ahora la cámara se acerca lentamente hacia la modelo hasta llegar a un primer plano de la pose completa y allí permanece unos segundos.
De pronto empieza una sucesión de planos cortos y rápidos mostrando la concentración de los artistas en sus trabajos. Uno gesticula de un modo extraño. Aquel hace muecas nerviosas. Hay uno calvo que padece un tic. Alguno parece tomar medidas con su pincel a modo de espada. La modelo es una estatua que se ve reflejada en las gafas de otro pintor.
El ambiente es muy denso. Todos trabajan denodadamente mientras que la modelo ni siquiera respira.
Ahora la cámara hace un repaso a todos los lienzos. En ellos se dejan ver las frustraciones de sus autores. Hay obras muy sensuales, también las hay pseudocándidas, de vanguardia, de falso cromatismo, psicoanalíticas y hasta geométrico-cubistas. Todas ellas reflejan un tanto la personalidad inequívoca de su autor y el carácter imaginado de la posante. Hay una obra en tonos neutros y grises que representa a una elegante señorita de fino talle y alta cuna con una piel de albaricoque y una mirada exquisita. Otro lienzo, sin embargo, muestra una mujer abandonada de sí misma, con el cabello revuelto y mal maquillada que aparenta haber acabado una sesión de amor con su cliente. Otro asemeja una venus y otro, en fin, una impúber adolescente raquítica y escuálida.
De pronto, inesperadamente, suena un timbre monótono y desagradable que mata el gran silencio reinante. Se hace una luz más natural en toda la escena que la cámara recoge ahora en un solo plano. El silencio se hace bullicio. Todos los artistas recogen sus cosas, se límpian las manos, encienden cigarrillos y miran su obra con los ojos entornados mientras la joven modelo se viste en medio de la gran sala, despojada ya de todas las miradas.
Según van acabando, los pintores ocupan la cámara y van saliendo a la calle. Uno tiene una bicicleta en la puerta con la que inicia su marcha. Otro se acomoda en la cola del autobús. Algunos otros desaparecen caminando en distraídos grupos o despistados y solos.
Todos y cada uno de ellos se van integrando pacíficamente en la normalidad de la ciudad, entre la gente. La cámara no ha captado ahora en ellos ni gestos ni muecas ni tics nerviosos y todos se mueven con entera naturalidad.
Ahora toca turno a la modelo. La cámara la sigue de cerca, por la espalda, mientras ella camina apresuradamente, mira su reloj, da una carrerita. Llega por fin a su destino. Entra por el jardín atravesando un parquecito y se detiene ante la puerta. Toca el sonoro timbre (ding-dong). Se abre la puerta y ella entra dejando que la cámara se cuele por detrás para curiosear el interior. Es una guardería. La cámara hace un recorrido en redondo por todo el ámbito, olvidándose un momento de la muchacha y dejando ver a los niños jugando, chillando, revolcándose por el suelo, con juguetes, con plastilinas, con tizas de colores y, en fin, realizando todas las actividades propias de un grupo de niños en una guardería.
Ya la cámara ha hecho un giro completo por todo el local y ahora enfoca de nuevo a la modelo que está sentada en una silla mirando cariñosamente a su bebé mientras lo amamanta.