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16 febrero 2020

EL PENDIENTE (Narración corta)


EL PENDIENTE
Preámbulo
A alguna vecina de las que viven por encima de mi piso, en algún momento, mientras estaba asomada a la ventana del ojo patio, quizá tendiendo la colada, quizá fumando un cigarrillo, quizá hablando por el móvil o quizá limpiando el polvo de las persianas, quien sabe, se le cayó un pendiente de alguna de sus orejas y vino a caer dentro del bolsillo del pecho de mi camisa favorita, que mi esposa tenía colgada en el tendedero.
La joya no era una baratija, sino que era de buen oro y no muy pequeña, pero la vecina que fuera la dueña no debió darse cuenta del suceso pues nadie bajó a mi casa a reclamarla. Tampoco se oyeron comentarios entre vecinos acerca de si alguien se había encontrado un pendiente por el portal o en el ascensor, ni se le hicieron encargos a la limpiadora del bloque de que tuviese especial cuidado al limpiar todas las zonas comunes. Como Ángela (mi esposa) y yo ignorábamos la procedencia del pendiente (ni imaginada entonces), tampoco intentamos encontrar a su dueña entre las vecinas, por lo que pasaron los días sin que nada se oyera acerca de aquella alhaja en toda la comunidad. En casa tampoco, pues mi esposa, el día que lo encontró, cuando recogía la ropa tendida, después de mirarlo un buen rato, lo guardó en algún escondite personal y no dijo nada del asunto hasta algunos días después, tras haber puesto en marcha sus mecanismos de alerta, de observación y de especulación, intentando “emparejar” aquel objeto encontrado entre mi ropa con algún gesto, actitud o incluso despiste mío que delatara alguna supuesta infidelidad.
Hasta aquí lo que os cuento, como podéis imaginar, ha sido deducido por mí después de muchas horas de quebraderos de cabeza, pero he llegado a la conclusión de que esa casualidad se produjo de verdad y sin lugar a dudas, pues no existe otra posible explicación para que aquel pendiente se encontrara en el bolsillo de mi camisa, hecho que, como ahora os narraré, no fue sino la primera de una serie rocambolesca de ocurrencias que, precisamente por su causa, acontecieron y se sucedieron.
Pero, al ser una historia que se ha ido conociendo a posteriori, según iban acoplándose las piezas del puzle que aparecían de forma aleatoria y aparentemente inconexas mientras pasaban los días, vais a permitirme que lo cuente en tercera persona. No por cuestión de estilo, que también, sino, más que nada, porque al conocer ahora, antes de empezar, todas las claves del relato, debo narrarlas en su orden preciso para facilitar su entendimiento y esto debe hacerse desde la omnisciencia, ya que, por parte del lector, no se entendería que yo supiera o conociera algunas cosas sin haberlas vivido o presenciado. Eso revestiría mi relato de una total incredulidad. Así, estando el narrador exento de las cortapisas que imponen el trascurso lineal del tiempo y el rigor del espacio, el relato será libre de autor, pues se irá contando solo.  Pero creo que podré, qué menos, tomarme la libertad de ir poniendo títulos a las fases de la historia.
FASE 1
LA CONJETURA
Aquel viernes se presentaba especialmente interesante para Simón y Ángela. Habían quedado para comer con Susana y Ariel después de varias semanas sin verse, luego, como solían, alargarían la sobremesa charlando ante los cafés hasta que llegara la tarde. El plan estrella era acudir primero a una exposición de pintura para “ir abriendo boca” y luego asistir a la lectura poética que daba Carlos. Sin duda, el día lo despedirían entre copas y risas, despejando las mentes y devolviendo sus conciencias al mundo real, tan ordinario. Al mismo tiempo que Ángela le planchaba la camisa, Simón recibía un email en su móvil que lo citaba para una entrevista de trabajo a las 13:00 horas del martes.
Horas antes, la tarde del jueves, en dos lugares distantes se estaban produciendo dos deliberaciones distintas. Por un lado, en una reunión entre el psicólogo de la empresa y el departamento de recursos humanos de Sincuitas S.A. se seleccionaba y se elegía a un candidato para el puesto de inspector de siniestros. La empresa buscaba una persona disponible para desplazarse a los domicilios particulares de los asegurados que hubiesen presentado algún parte con el fin de fotografiar los desperfectos reclamados (daños por agua, roturas de lunas, etc) en el sector de hogar, también a las empresas que pretendieran reposición de material informático y también a los talleres de mecánica y chapa del automóvil. Por el otro lado, en silencio y en solitario, Ángela seleccionaba y elegía un nombre de mujer. Ella buscaba, de entre sus amistades, alguien que, a su juicio, pudiera ser capaz de engañar a su pareja y que, al mismo tiempo y en alguna ocasión, hubiera compartido con Simón ciertas simpatías o carantoñas que pudieran haber llegado a algo más, o, más concretamente, a convertirlos en amantes.
El viernes no resultó tan agradable como esperaban para ninguno de los dos. Simón no podía dejar de pensar en la posibilidad de encontrar trabajo tras el largo periodo de inactividad. Tanto tiempo en el paro no solo había ido mermando poco a poco la cuenta de sus ahorros, sino también, y sobre todo, su ánimo vital, su característico talante optimista, su original sentido del humor y, por ende, sus más interiores apetitos. Ángela tampoco podía dejar de pensar en la posibilidad de que se revelara como cierta aquella sospecha que ahora estaba empezando a contaminar hasta la forma de mirar a su pareja, a sus amigos, hasta la manera de entender las palabras, las miradas y los gestos.
La comida fue normalita. Los cafés se quedaron fríos. La tertulia de la sobremesa se hizo tediosa. Susana y Ariel, entre ellos, se susurraron que ese ánimo enrarecido quizá fuera culpa de alguna posible contienda de pareja entre ellos y trataron de levantar los ánimos. Durante la exposición (más interesantes las pinturas que las esculturas) Ariel se dedicó a inventar comentarios inteligentes y jocosos para distraer a Ángela de sus preocupaciones, aunque ella estaba muy pendiente de Simón y Susana, que, a corta distancia, parecían respirar otros aires, conversando de otros temas, disfrutando el uno del otro. Carlos era amigo común de los cuatro y su lectura, compuesta en su mayoría por poemas amorosos (magníficos poemas que trataron de hacernos sentir el amor que conocemos y también el amor que intuimos), no contribuyó demasiado a calmar tempestades. Las copas quedaron aplazadas para otro momento y sobre las once de la noche Ángela y Simón ya estaban en la cama mirando sus móviles. Menudo viernes.
Durante todo el fin de semana, Ángela buscó pistas que apoyaran su sospecha. Con la excusa de limpiar el estudio y de ordenar tantos papeles, fisgoneó sus escritos y todo aquello a lo que pudo tener acceso en el despacho de Simón. Se detuvo en leer un par de folios mecanografiados, sin firma, que se encabezaban con el título “Gracias a una tal Susana” que aparecieron por allí, debajo de unos libros. Era un micro relato y llegó a pensar que su marido lo tenía escondido, pero en realidad estaba allí porque Simón quería colgarlo en el blog que administraba sobre “Pequeña literatura mayor” (así se llamaba el blog). Aquel relato de Carlos hablaba de una relación infantil entre niño y niña, truncada por la inesperada mudanza de la familia de ella, que era recordada con ¿amor idealizado? por el niño, ya adulto, y terminaba con un párrafo, casi una posdata, que Ángela interpretó como una vehemente llamada hacia la mujer que hoy fuese aquella niña llamada Susana para satisfacer aquellos deseos de encuentros que quedaron flotando u orbitando durante el tránsito de la infancia hacia la adolescencia y madurez y que, al parecer, del niño al hombre (según pensó Ángela) transformaron la inocencia en concupiscencia.
A falta de otras cosas, Ángela pensó conexiones extrañas de aquel relato con la aparición del pendiente en la camisa del marido y, por la coincidencia del nombre, pensó en su amiga Susana. Cuando Simón se la presentó ya estaba casada felizmente con Ariel pero cuanto más la trataba, más se notaba que mantenían una relación bastante abierta. Él era un buen jugador de ajedrez, miembro del equipo federado de la ciudad que participaba en torneos interprovinciales. Viajaba a menudo con su equipo para librar las partidas de la liga de ascenso a la categoría preferente. Esto (pensó Ángela) dejaba mucha libertad y mucho tiempo de ocio a la tal Susana. Ella, Susana, era una mujer sin complejos, muy moderna vistiendo y decorando su casa, enemiga de las simetrías, le gustaba maquillarse y tatuarse con henna, así los temas tatuados eran temporales pues se iban borrando o diluyendo con el tiempo y el aseo. Así podía lucir de vez en cuando tatuajes para pocos días o incluso para únicas ocasiones. Su melena era otro elemento a tener en cuenta en su look. Sus cortes y sus peinados huían de la simetría y, a veces, usaba rapados y extensiones que modificaban su aspecto espectacularmente. De pronto, recordó que Susana solo tenía perforada una oreja. Llegó a la conclusión de que aquella niña Susana que había encontrado en el estudio, era la misma Susana que años atrás Simón le había presentado como compañera de estudios del instituto, la misma Susana con la que compartía cenas y visitas culturales, la misma Susana, la misma Susana.
Huelga decir que todo eran figuraciones de una esposa celosa que, últimamente, había notado cierto descenso en la frecuencia de sus relaciones amorosas y que, equivocadamente (pensaba ahora), lo había achacado a la astenia por la que pasaba Simón.
FASE 2
LAS PESQUISAS
En los días siguientes, Ángela intentó varias veces, hasta que lo consiguió, adentrarse en la casa de Susana y Ariel. Quería buscar algo que pudiera corroborar la descabellada teoría de que su marido era el amante recuperado de la infancia de Susana. La ocasión la encontró cuando Susana le comentó por teléfono que la llamaba un poco preocupada porque la había notado “rara” durante la salida del viernes, que si estaba preocupada por algo, que si les hacía falta ayuda económica (tanto tiempo sin trabajo), en fin, que ella (Ángela) era muy querida por ellos (Susana y Ariel) y que Simón le había comentado durante la cena que la llevaba notando extraña sin ningún motivo aparente. Quedaron en verse en su casa para tomar café y charlar.
La tarde en cuestión solo pudo comprobar lo que ya sabía, que conocía a Simón desde que eran niños, que pasaron todo el instituto juntos y que, después de una desconexión de varios años, los azares de la vida los había vuelto a juntar por medio de Carlos, amigo común también de Ariel, su marido.
Con el pretexto falso de una pequeña “depre” (me siento fea y algo gorda) o un bajón emocional, se probó las joyas y las baratijas de Susana, en realidad buscando el pendiente (que no encontró) compañero del que ella tenía guardado en el bolso. También estuvo mirando fotos del álbum de la boda de Susana (buscando a Simón entre los invitados). Y miró y hojeó libros de la estantería del salón (quería encontrar alguna posible dedicatoria) … En fin, tres horas entretenidas. Otra tarde, poco después, se encontró “por una curiosa casualidad” (así lo calificó Ángela) con Ariel en la cafetería donde desayunaba de lunes a viernes sobre las diez de la mañana. Le dijo que iba al ginecólogo y tenía tiempo de tomar un café antes de su cita. Le quiso preguntar (porque ella estaba pasando una mala racha con esos inconvenientes) si había notado si Susana pudiera haber tenido episodios parecidos de apatía sexual, cuándo y cómo los resuelve. Aunque media hora larga no fue demasiado tiempo para estas confesiones, le quedó claro que Ariel consideraba su actividad sexual con Susana de lo más normal, que, como a todos nos pasa, tenían temporadas muy satisfactorias aunque también otras menos activas. Ya cuando se despedían porque Ariel tenía que volver al trabajo, como quien no quiere la cosa, Ángela sacó el pendiente de su bolso y le dijo que se lo llevara a Susana, que probablemente el otro día, cuando estuvo con ella probándose todas sus cosas, se lo guardaría por error. Pero Ariel le dijo que no conocía esa joya, que estaba seguro de que ese pendiente tan clásico y caro no era de Susana pues a ella le gustaba usar otros estilos más modernos y menos costosos, y que tampoco lo recordaba como recuerdo familiar de la madre.
FASE 3
LA CASUALIDAD
Simón fue el elegido por la empresa Sincuitas S.A. para el puesto de trabajo que había vacante. Contento y emocionado llamó al móvil de Ángela para darle la noticia y le decía que ya tenía su primer caso, que le contaría los detalles durante la cena, que había que celebrarlo, que qué tal si se arreglaba un poco y quedaban en aquella pizzería nueva de la plaza, aquella que tantas veces llamó su atención.
Mientras llegaron al lugar de la cita, cada uno desde donde se encontraba, pasaron el mismo tiempo pensando pero los pensamientos de ambos buscaban destinos distintos.
Al llegar a la pizzería fueron recibidos por una cara conocida. Se trataba de una vecina de ellos, una joven a la que conocían desde que era niña, la hija del actual presidente de la comunidad de propietarios, qué casualidad. Tras los saludos, les acompañó a una mesa situada junto a una ventana con vistas a la plaza. Durante la cena Simón habló bastante más que Ángela. Él estaba ilusionado con su nuevo trabajo y le explicaba los pormenores de sus funciones como inspector. Ella lo escuchaba y asentía de vez en cuando disimulando su poco interés. El asunto del pendiente no se le iba de la cabeza. La camarera vecina les puso unos chupitos de licor, gentileza de la casa, acompañando la cuenta. Fue el momento elegido por Ángela para sacar del bolso y poner sobre la mesa el dichoso pendiente, y callada, observaba (ahora sí muy atenta) una posible reacción de Simón.
Al traer el cambio, la hija del presidente fue quien reaccionó. Vio la joya sobre la mesa y casi se desmaya. Explicó que los pendientes tenían al menos doscientos años de antigüedad, tesoro de su familia de varias generaciones y que recientemente lo había extraviado. Contó que se los puso para ir a la boda de su hermana y, tras toda la noche de barra libre, y dormir la mona, por la mañana se dio cuenta de la pérdida, que denunció la desaparición ante la policía local por si hubiese sido un hurto, que dio parte al seguro con la copia de la denuncia, por dios, qué alegría haberla recuperado, qué contenta se iba a poner su madre. Simón entonces contó que había sido encargado del caso por la Compañía Sincuitas S.A. al conocerse que coincidía su domicilio en el mismo edificio. Qué bien que la casualidad haya propiciado que el caso se resuelva tan pronto. Que seguro que iba a recibir los parabienes de la compañía por el ahorro de la cara indemnización que barajaban…. etc, etc.
Ángela quedó anonadada al instante. Incrédula de tanta carambola sospechó que todo era un ardid bien elaborado por Simón y la vecina para revelarse como inocente de cualquier aventurilla extramatrimonial.
FASE 4
LA ACEPTACIÓN
Pero entonces ¿qué papel era el de Susana? ¿Y qué pintaba la vecina? ¿Algo de eso cambiaba el hecho de que el pendiente estuviera en el bolsillo de la camisa de Simón? ¿Cómo había llegado allí? Ángela no podía entenderlo. Así que, ya desde la tranquilidad (y aprovechando las casualidades para disipar o diluir las dudas), Simón explicó la teoría del tendedero que todos aceptaron como buena, increíble pero la única posible.

FASE FINAL
LA PICARDÍA
Ariel cuando se enteró de toda la película, la montó en su mente como si fuera una partida de ajedrez y vio que le faltaba un movimiento. Nunca supo quién y cuándo le dijo a Simón que Ángela había encontrado el pendiente en el tendedero. Prefirió no preguntar siquiera. Estaba muy enamorado de Susana y no quiso tirar del hilo.
Hablando de nuevo en primera persona, os digo que penséis lo que queráis. Todos nosotros ya hemos entendido el suceso, hemos acomodado nuestras conciencias y seguimos saliendo todos juntos de vez en cuando a visitar exposiciones y sobre todo a las lecturas poéticas de Carlos, que nos gusta mucho como lee sus maravillosos poemas de amor.