EL
PENDIENTE
Preámbulo
A alguna vecina de las
que viven por encima de mi piso, en algún momento, mientras estaba asomada a la
ventana del ojo patio, quizá tendiendo la colada, quizá fumando un cigarrillo,
quizá hablando por el móvil o quizá limpiando el polvo de las persianas, quien
sabe, se le cayó un pendiente de alguna de sus orejas y vino a caer dentro del
bolsillo del pecho de mi camisa favorita, que mi esposa tenía colgada en el
tendedero.
La joya no era una baratija,
sino que era de buen oro y no muy pequeña, pero la vecina que fuera la dueña no
debió darse cuenta del suceso pues nadie bajó a mi casa a reclamarla. Tampoco
se oyeron comentarios entre vecinos acerca de si alguien se había encontrado un
pendiente por el portal o en el ascensor, ni se le hicieron encargos a la
limpiadora del bloque de que tuviese especial cuidado al limpiar todas las
zonas comunes. Como Ángela (mi esposa) y yo ignorábamos la procedencia del
pendiente (ni imaginada entonces), tampoco intentamos encontrar a su dueña
entre las vecinas, por lo que pasaron los días sin que nada se oyera acerca de
aquella alhaja en toda la comunidad. En casa tampoco, pues mi esposa, el día
que lo encontró, cuando recogía la ropa tendida, después de mirarlo un buen
rato, lo guardó en algún escondite personal y no dijo nada del asunto hasta
algunos días después, tras haber puesto en marcha sus mecanismos de alerta, de
observación y de especulación, intentando “emparejar” aquel objeto encontrado
entre mi ropa con algún gesto, actitud o incluso despiste mío que delatara alguna
supuesta infidelidad.
Hasta aquí lo que os
cuento, como podéis imaginar, ha sido deducido por mí después de muchas horas
de quebraderos de cabeza, pero he llegado a la conclusión de que esa casualidad
se produjo de verdad y sin lugar a dudas, pues no existe otra posible
explicación para que aquel pendiente se encontrara en el bolsillo de mi camisa,
hecho que, como ahora os narraré, no fue sino la primera de una serie rocambolesca
de ocurrencias que, precisamente por su causa, acontecieron y se sucedieron.
Pero, al ser una historia
que se ha ido conociendo a posteriori, según iban acoplándose las piezas del
puzle que aparecían de forma aleatoria y aparentemente inconexas mientras
pasaban los días, vais a permitirme que lo cuente en tercera persona. No por
cuestión de estilo, que también, sino, más que nada, porque al conocer ahora,
antes de empezar, todas las claves del relato, debo narrarlas en su orden
preciso para facilitar su entendimiento y esto debe hacerse desde la
omnisciencia, ya que, por parte del lector, no se entendería que yo supiera o
conociera algunas cosas sin haberlas vivido o presenciado. Eso revestiría mi
relato de una total incredulidad. Así, estando el narrador exento de las
cortapisas que imponen el trascurso lineal del tiempo y el rigor del espacio,
el relato será libre de autor, pues se irá contando solo. Pero creo que podré, qué menos, tomarme la
libertad de ir poniendo títulos a las fases de la historia.
FASE
1
LA
CONJETURA
Aquel viernes se
presentaba especialmente interesante para Simón y Ángela. Habían quedado para
comer con Susana y Ariel después de varias semanas sin verse, luego, como
solían, alargarían la sobremesa charlando ante los cafés hasta que llegara la
tarde. El plan estrella era acudir primero a una exposición de pintura para “ir
abriendo boca” y luego asistir a la lectura poética que daba Carlos. Sin duda,
el día lo despedirían entre copas y risas, despejando las mentes y devolviendo
sus conciencias al mundo real, tan ordinario. Al mismo tiempo que Ángela le
planchaba la camisa, Simón recibía un email en su móvil que lo citaba para una
entrevista de trabajo a las 13:00 horas del martes.
Horas antes, la tarde del
jueves, en dos lugares distantes se estaban produciendo dos deliberaciones
distintas. Por un lado, en una reunión entre el psicólogo de la empresa y el
departamento de recursos humanos de Sincuitas S.A. se seleccionaba y se elegía
a un candidato para el puesto de inspector de siniestros. La empresa buscaba
una persona disponible para desplazarse a los domicilios particulares de los
asegurados que hubiesen presentado algún parte con el fin de fotografiar los
desperfectos reclamados (daños por agua, roturas de lunas, etc) en el sector de
hogar, también a las empresas que pretendieran reposición de material
informático y también a los talleres de mecánica y chapa del automóvil. Por el
otro lado, en silencio y en solitario, Ángela seleccionaba y elegía un nombre
de mujer. Ella buscaba, de entre sus amistades, alguien que, a su juicio,
pudiera ser capaz de engañar a su pareja y que, al mismo tiempo y en alguna
ocasión, hubiera compartido con Simón ciertas simpatías o carantoñas que
pudieran haber llegado a algo más, o, más concretamente, a convertirlos en
amantes.
El viernes no resultó tan
agradable como esperaban para ninguno de los dos. Simón no podía dejar de
pensar en la posibilidad de encontrar trabajo tras el largo periodo de
inactividad. Tanto tiempo en el paro no solo había ido mermando poco a poco la
cuenta de sus ahorros, sino también, y sobre todo, su ánimo vital, su
característico talante optimista, su original sentido del humor y, por ende,
sus más interiores apetitos. Ángela tampoco podía dejar de pensar en la
posibilidad de que se revelara como cierta aquella sospecha que ahora estaba empezando
a contaminar hasta la forma de mirar a su pareja, a sus amigos, hasta la manera
de entender las palabras, las miradas y los gestos.
La comida fue normalita.
Los cafés se quedaron fríos. La tertulia de la sobremesa se hizo tediosa.
Susana y Ariel, entre ellos, se susurraron que ese ánimo enrarecido quizá fuera
culpa de alguna posible contienda de pareja entre ellos y trataron de levantar
los ánimos. Durante la exposición (más interesantes las pinturas que las
esculturas) Ariel se dedicó a inventar comentarios inteligentes y jocosos para
distraer a Ángela de sus preocupaciones, aunque ella estaba muy pendiente de
Simón y Susana, que, a corta distancia, parecían respirar otros aires, conversando
de otros temas, disfrutando el uno del otro. Carlos era amigo común de los
cuatro y su lectura, compuesta en su mayoría por poemas amorosos (magníficos
poemas que trataron de hacernos sentir el amor que conocemos y también el amor
que intuimos), no contribuyó demasiado a calmar tempestades. Las copas quedaron
aplazadas para otro momento y sobre las once de la noche Ángela y Simón ya
estaban en la cama mirando sus móviles. Menudo viernes.
Durante todo el fin de
semana, Ángela buscó pistas que apoyaran su sospecha. Con la excusa de limpiar
el estudio y de ordenar tantos papeles, fisgoneó sus escritos y todo aquello a
lo que pudo tener acceso en el despacho de Simón. Se detuvo en leer un par de
folios mecanografiados, sin firma, que se encabezaban con el título “Gracias a
una tal Susana” que aparecieron por allí, debajo de unos libros. Era un micro
relato y llegó a pensar que su marido lo tenía escondido, pero en realidad
estaba allí porque Simón quería colgarlo en el blog que administraba sobre
“Pequeña literatura mayor” (así se llamaba el blog). Aquel relato de Carlos
hablaba de una relación infantil entre niño y niña, truncada por la inesperada
mudanza de la familia de ella, que era recordada con ¿amor idealizado? por el
niño, ya adulto, y terminaba con un párrafo, casi una posdata, que Ángela
interpretó como una vehemente llamada hacia la mujer que hoy fuese aquella niña
llamada Susana para satisfacer aquellos deseos de encuentros que quedaron
flotando u orbitando durante el tránsito de la infancia hacia la adolescencia y
madurez y que, al parecer, del niño al hombre (según pensó Ángela)
transformaron la inocencia en concupiscencia.
A falta de otras cosas,
Ángela pensó conexiones extrañas de aquel relato con la aparición del pendiente
en la camisa del marido y, por la coincidencia del nombre, pensó en su amiga
Susana. Cuando Simón se la presentó ya estaba casada felizmente con Ariel pero
cuanto más la trataba, más se notaba que mantenían una relación bastante
abierta. Él era un buen jugador de ajedrez, miembro del equipo federado de la
ciudad que participaba en torneos interprovinciales. Viajaba a menudo con su
equipo para librar las partidas de la liga de ascenso a la categoría
preferente. Esto (pensó Ángela) dejaba mucha libertad y mucho tiempo de ocio a
la tal Susana. Ella, Susana, era una mujer sin complejos, muy moderna vistiendo
y decorando su casa, enemiga de las simetrías, le gustaba maquillarse y
tatuarse con henna, así los temas tatuados eran temporales pues se iban
borrando o diluyendo con el tiempo y el aseo. Así podía lucir de vez en cuando
tatuajes para pocos días o incluso para únicas ocasiones. Su melena era otro
elemento a tener en cuenta en su look. Sus cortes y sus peinados huían de la
simetría y, a veces, usaba rapados y extensiones que modificaban su aspecto
espectacularmente. De pronto, recordó que Susana solo tenía perforada una
oreja. Llegó a la conclusión de que aquella niña Susana que había encontrado en
el estudio, era la misma Susana que años atrás Simón le había presentado como
compañera de estudios del instituto, la misma Susana con la que compartía cenas
y visitas culturales, la misma Susana, la misma Susana.
Huelga decir que todo
eran figuraciones de una esposa celosa que, últimamente, había notado cierto
descenso en la frecuencia de sus relaciones amorosas y que, equivocadamente
(pensaba ahora), lo había achacado a la astenia por la que pasaba Simón.
FASE
2
LAS
PESQUISAS
En los días siguientes,
Ángela intentó varias veces, hasta que lo consiguió, adentrarse en la casa de
Susana y Ariel. Quería buscar algo que pudiera corroborar la descabellada
teoría de que su marido era el amante recuperado de la infancia de Susana. La
ocasión la encontró cuando Susana le comentó por teléfono que la llamaba un
poco preocupada porque la había notado “rara” durante la salida del viernes,
que si estaba preocupada por algo, que si les hacía falta ayuda económica
(tanto tiempo sin trabajo), en fin, que ella (Ángela) era muy querida por ellos
(Susana y Ariel) y que Simón le había comentado durante la cena que la llevaba
notando extraña sin ningún motivo aparente. Quedaron en verse en su casa para
tomar café y charlar.
La tarde en cuestión solo
pudo comprobar lo que ya sabía, que conocía a Simón desde que eran niños, que
pasaron todo el instituto juntos y que, después de una desconexión de varios
años, los azares de la vida los había vuelto a juntar por medio de Carlos,
amigo común también de Ariel, su marido.
Con el pretexto falso de
una pequeña “depre” (me siento fea y algo gorda) o un bajón emocional, se probó
las joyas y las baratijas de Susana, en realidad buscando el pendiente (que no
encontró) compañero del que ella tenía guardado en el bolso. También estuvo
mirando fotos del álbum de la boda de Susana (buscando a Simón entre los
invitados). Y miró y hojeó libros de la estantería del salón (quería encontrar
alguna posible dedicatoria) … En fin, tres horas entretenidas. Otra tarde, poco
después, se encontró “por una curiosa casualidad” (así lo calificó Ángela) con
Ariel en la cafetería donde desayunaba de lunes a viernes sobre las diez de la
mañana. Le dijo que iba al ginecólogo y tenía tiempo de tomar un café antes de
su cita. Le quiso preguntar (porque ella estaba pasando una mala racha con esos
inconvenientes) si había notado si Susana pudiera haber tenido episodios
parecidos de apatía sexual, cuándo y cómo los resuelve. Aunque media hora larga
no fue demasiado tiempo para estas confesiones, le quedó claro que Ariel
consideraba su actividad sexual con Susana de lo más normal, que, como a todos
nos pasa, tenían temporadas muy satisfactorias aunque también otras menos
activas. Ya cuando se despedían porque Ariel tenía que volver al trabajo, como
quien no quiere la cosa, Ángela sacó el pendiente de su bolso y le dijo que se
lo llevara a Susana, que probablemente el otro día, cuando estuvo con ella
probándose todas sus cosas, se lo guardaría por error. Pero Ariel le dijo que
no conocía esa joya, que estaba seguro de que ese pendiente tan clásico y caro
no era de Susana pues a ella le gustaba usar otros estilos más modernos y menos
costosos, y que tampoco lo recordaba como recuerdo familiar de la madre.
FASE
3
LA
CASUALIDAD
Simón fue el elegido por
la empresa Sincuitas S.A. para el puesto de trabajo que había vacante. Contento
y emocionado llamó al móvil de Ángela para darle la noticia y le decía que ya
tenía su primer caso, que le contaría los detalles durante la cena, que había
que celebrarlo, que qué tal si se arreglaba un poco y quedaban en aquella
pizzería nueva de la plaza, aquella que tantas veces llamó su atención.
Mientras llegaron al
lugar de la cita, cada uno desde donde se encontraba, pasaron el mismo tiempo
pensando pero los pensamientos de ambos buscaban destinos distintos.
Al llegar a la pizzería
fueron recibidos por una cara conocida. Se trataba de una vecina de ellos, una
joven a la que conocían desde que era niña, la hija del actual presidente de la
comunidad de propietarios, qué casualidad. Tras los saludos, les acompañó a una
mesa situada junto a una ventana con vistas a la plaza. Durante la cena Simón
habló bastante más que Ángela. Él estaba ilusionado con su nuevo trabajo y le
explicaba los pormenores de sus funciones como inspector. Ella lo escuchaba y
asentía de vez en cuando disimulando su poco interés. El asunto del pendiente
no se le iba de la cabeza. La camarera vecina les puso unos chupitos de licor,
gentileza de la casa, acompañando la cuenta. Fue el momento elegido por Ángela
para sacar del bolso y poner sobre la mesa el dichoso pendiente, y callada,
observaba (ahora sí muy atenta) una posible reacción de Simón.
Al traer el cambio, la
hija del presidente fue quien reaccionó. Vio la joya sobre la mesa y casi se
desmaya. Explicó que los pendientes tenían al menos doscientos años de
antigüedad, tesoro de su familia de varias generaciones y que recientemente lo
había extraviado. Contó que se los puso para ir a la boda de su hermana y, tras
toda la noche de barra libre, y dormir la mona, por la mañana se dio cuenta de
la pérdida, que denunció la desaparición ante la policía local por si hubiese
sido un hurto, que dio parte al seguro con la copia de la denuncia, por dios,
qué alegría haberla recuperado, qué contenta se iba a poner su madre. Simón
entonces contó que había sido encargado del caso por la Compañía Sincuitas S.A.
al conocerse que coincidía su domicilio en el mismo edificio. Qué bien que la
casualidad haya propiciado que el caso se resuelva tan pronto. Que seguro que iba
a recibir los parabienes de la compañía por el ahorro de la cara indemnización
que barajaban…. etc, etc.
Ángela quedó anonadada al
instante. Incrédula de tanta carambola sospechó que todo era un ardid bien
elaborado por Simón y la vecina para revelarse como inocente de cualquier
aventurilla extramatrimonial.
FASE
4
LA
ACEPTACIÓN
Pero entonces ¿qué papel
era el de Susana? ¿Y qué pintaba la vecina? ¿Algo de eso cambiaba el hecho de
que el pendiente estuviera en el bolsillo de la camisa de Simón? ¿Cómo había
llegado allí? Ángela no podía entenderlo. Así que, ya desde la tranquilidad (y
aprovechando las casualidades para disipar o diluir las dudas), Simón explicó
la teoría del tendedero que todos aceptaron como buena, increíble pero la única
posible.
FASE
FINAL
LA
PICARDÍA
Ariel cuando se enteró de
toda la película, la montó en su mente como si fuera una partida de ajedrez y vio
que le faltaba un movimiento. Nunca supo quién y cuándo le dijo a Simón que
Ángela había encontrado el pendiente en el tendedero. Prefirió no preguntar
siquiera. Estaba muy enamorado de Susana y no quiso tirar del hilo.
Hablando de nuevo en
primera persona, os digo que penséis lo que queráis. Todos nosotros ya hemos entendido
el suceso, hemos acomodado nuestras conciencias y seguimos saliendo todos juntos de vez en cuando a visitar exposiciones y sobre todo a las lecturas poéticas de Carlos, que nos gusta mucho como lee sus maravillosos poemas de amor.
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