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03 diciembre 2022

LA PEANA (Microrrelato)



LA PEANA

Qué alegría me dio encontrar a McGregor en el fondo del cajón de los juguetes antiguos. Mi vaquero favorito, siempre apuntando con su Winchester, bien apoyado en su hombro y haciendo un perfecto equilibrio en la peana. Cuántas aventuras vivimos juntos... me encantaba jugar con él y le tomé mucho cariño, hasta lo pinté de colores para que no pareciera tan simple, tan de plástico. Pasábamos mucho tiempo en Fort Apache... Qué recuerdos!

Lo encontré hace pocos días. Tenía una pierna separada de su peana a causa de una rotura y ya no se mantenía en pie, sin duda aquella fue la causa por la que le fui dando de lado. Ahora me parecía una crueldad haberlo arrumbado por eso y quise rehabilitarlo. Ven conmigo, McGregor, le dije, voy a curarte esa pierna y luego te pondré en la vitrina de mi cuarto, junto a tu caballo Rayo.

Corté con cuidado la unión que aún tenía con la peana y saneé bien el roto de las piernas que, separadas y abiertas, encajaron estupendamente en la montura del caballo, los repasé de pintura y los puse a secar en mi escritorio cerca de la ventana mientras le hacía un buen sitio en la estantería.

Confieso que me asusté un poco cuando oí relinchar a Rayo. Lo miré y vi cómo McGregor me saludaba desde su grupa, sombrero en mano, a modo de despedida, dándome las gracias por haberlo liberado. Llevaba tanto tiempo pegado al suelo y tantos años en la prisión del cajón, me dijo, que ahora que era libre tenía que vivir su propia vida. Que no me preocupara por él, que no me guardaba ningún rencor pues había disfrutado de verdad de mi infancia, pero que ahora, que igual que yo, había crecido y tenía los pies en la tierra, necesitaba darle un verdadero sentido a su existencia. Yo no pude articular palabra y, después de un corto silencio, me pidió por favor que le abriera la caja de zapatos donde guardaba la tribu de los cheyenes.