LÉEME EN TU IDIOMA

18 noviembre 2020

CRITERIOS DE EVALUACIÓN

 

CRITERIOS DE EVALUACIÓN



Siempre me la encuentro por los pasillos, pero solo en los rápidos cambios de clase. Ella enseña matemáticas, yo literatura. No compartimos departamento ni sala de profesores. Nos separa un largo pasillo. Tampoco podemos charlar siquiera durante las horas libres de nuestros horarios ni los ratos de descanso. Como su alumnado es de bachillerato y el mío de ESO, no tengo la oportunidad de preguntar a mis alumnos por ella, aparte de lo puramente lectivo, en conversaciones informales, como lo hago por otros profesores. Puede que a ella sí le hablen de mí los suyos, porque fueron míos los cursos anteriores y me conocen bien, ¿qué le contarán? ¿que soy un pesado con la poesía? ¿un romántico trasnochado? ¿un orfebre con las palabras? ¿un iluso?

Por todo eso, he decidido actuar. Quiero entablar amistad con ella antes de que termine el curso, conocerla y que me conozca por mí mismo, intentar crear lazos afectivos duraderos. He buscado posibles puntos en común, cosas que nos acerquen, que nos importen. Y le escribí un poema usando las palabras polisémicas elipsis, hipérbole y parábola, promoviendo un doble sentido matemático y literario. Lo firmé con mi nombre y mi número unidos por el signo igual (=). Ahora me parece una cursilería, pero funcionó. Hoy por fin he recibido contestación, aunque no la entiendo muy bien, la verdad. Se ve que mi nota le resultó muy literaria, porque ha escrito la suya de forma muy críptica, yo soy un negado para las matemáticas. Me dice que si yo soy XY y deseo XX, ella que es XX también desea XX. En fin, a mí me parece que está diciendo que quiere lo mismo que yo. Mañana lo intentaré.


 

 

 

 

 

11 noviembre 2020

ALQUIMIA (Microrrelato)

 ALQUIMIA

A partir del día que cumplió la edad que llaman dorada, comencé a ver el brillo que emanaba su presencia. El médico ya le había diagnosticado una rara enfermedad degenerativa que le iría causando cambios paulatinos en sus reflejos. Eso nos dijo, aunque entonces no comprendí. Desde aquel día notaba palidecer su piel, como si perdiera el color o se igualaran las luces. Después observé cómo su tez cambiaba el brillo cuando no le encontraba aquellos tonos sonrosados de antes. Al poco, se fueron tornando también los azulados en las sombras de sus ojos, el verdoso de las venas en sus manos, en su melena el bronce. Así, el roce del tiempo, mansamente, fue bruñendo su cuerpo de oro. Hasta que ayer renació en lubricán dorado para el enriquecido cielo del alquimista.