LÉEME EN TU IDIOMA

11 junio 2017

MI CREACION


Un resplandor de luces y sombras diabólicamente entrelazadas se iba acercando imperceptiblemente y, sin yo saberlo, se estaban abriendo en mí las ventanas de una percepción que hasta entonces había permanecido aletargada. Lo mejor y lo peor iban a llegar, y con ellos el desmoronamiento de las señales que hasta entonces habían guiado mi visión de las cosas, y la aparición de otras nuevas en las que a duras penas se tendría que sustentar mi nuevo interés por “las abortivas tristezas y cortas alegrías del género humano” que, como dijera el poeta, nunca ha soportado demasiada realidad.
                                                                            (de “El efecto doppler”. Jesús Ferrero)

…la escritura, el arte, es una broma que se hace por jugar, solo por jugar, como me dijo una vez…
                                                                            (de “La ciudad doble”. Carlos Perellón)


MI CREACION

         Aquel día todo estaba vacío. Todo excepto el espacio que ocupaba mi propio cuerpo. Nada sucedía sino lo que yo mismo decidía…
         Llamé al color y vino para mi contemplación. Pero me aburría ver los colores ordenaditos como en el arco iris. Estaba cansado de ver siempre iguales las mismas escalas, tan formales y uniformadas. Es verdad que fue una lucha para mí organizarlos en sectores diferentes a los convencionales, pero fue una lucha maravillosa.
El verde se sentía tan feliz que casi se convierte en blanco, el marrón aprendió a comprender al gris, y la concordia entre ellos se vistió de celeste claro, el amarillo se abrazaba al rojo y salpicaban gotitas naranja, el azul era otra cosa… el violeta… qué decir…
Luego llamé a las formas y vinieron todas. Algunas de ellas jamás vistas por nadie en este mundo (pero qué tontería estoy diciendo, este mundo era solo mío y solo yo moraba en él).
Entonces ordené que las formas y los colores se integrasen y así ocurrió. Después llamé a la luz y a las sombras. A las tres dimensiones y a la perspectiva. También llamé a las notas musicales y a sus escalas, a los tonos, los timbres y las entonaciones. Por último llamé al aire y dispuse que circulara libremente por todo el ámbito.
¡Qué satisfecho me sentí cuando contemplé mi obra! ¡Qué contento cuando escuché su sonido!
Pero… un momento… estaba… entrando de lleno en la trampa de la vulgaridad… ¡qué vulgaridad!... había hecho justo lo que cualquiera hubiera hecho… no, no… nada tenía el valor que yo quería… tendría que ser más original… o… mejor… único.
Por eso lo hice. Simplemente doté de color a los sonidos. No lo pensé mucho, ya lo sé, pero lo hice.
Cuando todo estaba silencioso, todo se iba borrando hasta casi desaparecer y cuando surgían sonidos aparecían parcelas de color en movimiento que teñían las formas circundantes. Parece fácil contarlo, pero no es imaginable que fuera ocurriendo tan espontáneamente ¿verdad?. Si había varios sonidos simultáneos la cosa era más complicada porque las formas, que eran de los colores inherentes a aquellos sonidos, se hacían de varios colores a la vez ¿lo puede imaginar?. Pues si yo fuera capaz de explicarle cómo era mi mundo a las horas en que todo sonaba, podríamos enloquecer. Por eso se hacía necesaria mi intervención de nuevo, había que modificarlo todo otra vez, así que lo hice. Volví a hacer transparentes a los sonidos. Pero como éstos se habían integrado ya a los colores, resultó que los colores se hicieron también transparentes y… todo se veía como a través de unas gafas de sol multicolores.
Bueno, pensé, al menos así no es molesto sino llamativo y raro. El ambiente recordaba el interior de las grandes catedrales góticas, repletas de fabulosas vidrieras. Entonces, de forma casi automática, comencé a tararear algo parecido a un canto gregoriano y… ¡sorpresa! De mi boca salían fluidos aeriformes de suaves colores que impregnaban el espacio y lo poblaban como se de humo se tratara. Era una sensación singular pero sumamente placentera, tanto que quise experimentarla con otro sentido más…
Para mi regocijo dispuse que cada tono de color emanara su propio perfume y una delicada sensación natural me embargó, pues todos ellos nacieron de la libertad y la ternura.
Para un color dorado pálido con brillantes reflejos correspondía un aroma frutal y delicado pero intenso, como de frutas recién cortadas, un aroma prolongado que se iba enriqueciendo con nuevos matices cuando se iba mezclando con otros de aquel ambiente que ya se me antojaba mágico.
Gracias al olor pude ejercitar también el sentido del gusto ya que, al respirar, entraba en mí aquel aire coloreado y perfumado y, si yo respiraba por la boca, la sensación del gusto me inundaba…
Había un color que estaba exquisito. Era el color de las fresas, de los tomates, del vino tinto, de la sangre… pero no sabía a nada de eso… solo sabía a rojo. Y el sabor del verde nada tenía que ver con las espinacas ni con los pimientos ni con la menta, sabía simplemente a verde. Además -y esto era muy curioso- no eran sosos ni salados los sabores. Tampoco eran dulces o amargos, ni puedo decir que fueran fuertes o suaves, ni frescos o rancios… eran… perfectos todos y muy diferentes entre sí. Eso también era mágico.
Después de comer curioseando el sabor de los colores puros y también de combinaciones de colores –de lo que disfruté sobremanera- pensé que ya había oído, visto, olido y degustado bastante bien aquel mundo mágico que había creado y que, para conocerlo en todas sus dimensiones y facetas, solo faltaba que lo palpase. Quise entonces tocarlo, rozarlo, acariciarlo, abrazarlo…
Fue así como sentí mi mundo realmente vivo. Hasta aquel momento todo había sucedido como una increíble alucinación, pero ahora lo sentía palpitar y latir junto a mi piel. Se había creado un mundo único y fue entonces cuando nací dentro de él. O, mejor, cuando nací de él. Aquel día se disipó el vacío…
Entonces abrí mis ojos y recuperé tu imagen y recordé que nunca antes te había besado.