IMPERDURABLE Y ETERNO
1
Subía la cuesta de su calle
con paso apresurado y casi se detuvo cuando le asaltó la pregunta –pero… ¿qué
prisa tengo?- que ya otras veces había brotado súbitamente de la nada y le había
sujetado como una mano amiga por detrás de su hombro. Más despreocupado, acabó
de recorrer los no más de cien metros que le separaban de su casa. Eran las
08:30 y solo unos minutos antes sus dos hijos habían tomado el autobús escolar.
Nada más abrir la puerta
salieron sus dos perritas, acostumbradas ya al horario, y, como a diario, volvió
a tirar de la puerta con un gesto repetido, casi ritual, que había creado la
costumbre.
Durante el corto paseo de las
perritas (solo el tiempo necesario para ellas) tenía ocasión de ver a otros
muchos niños del barrio enfilando cada cual su camino hacia el colegio cercano.
Algunos, pocos, pronunciaban un tímido buenos días, los otros, los más, iban
sumidos aún en los residuos del sueño que no habían podido sacudirse del todo y
que, ahora, el frio y la humedad de las mañanas del invierno se encargaría de
difuminar en sus rostros.
A veces recordaba sus días
infantiles y solo entonces era como era entonces: un niño tímido revestido de
una aparente resolución. Lo mismo que este amanecer en que la luz parece
vacilar y, no obstante, con dulzura se impone a las sombras caducas.
En casa le esperaba la mañana
como un lento rio de ternura y de paz, y solo con sacudir las llaves para
provocar un leve tintineo las perritas se le acercaron y le acompañaron.
Un consistente desayuno en
solitario le invitaba a programarse, a ordenar en su mente las tareas, a
intentar comprimirlas en el tiempo que tenía para ellas… primero las camas… no
antes fregaré los platos de la cena y del desayuno, no me gusta estar viéndolos
toda la mañana… luego barrer y hacer el polvo… qué bueno me ha salido hoy el
café…
2
Como un cuerpo desnudo que
reposa agotado de amor, el camisón de Leo se abre a sus ojos y en su espejo se
contempla. Cuando lo recoge de la cama lo acaricia, lo huele, cuidadosamente lo
dobla, lo coloca en la mesita, junto al joyero. Despliega el edredón. Y las
sábanas, con delicada atención evocadora. Le gusta rememorar las horas pasadas,
devolverlas a esta luz cuya caricia le infunde gozo, limpiar no sé qué máculas.
Cabe toda la mañana en estos
gestos por cuyos bordes se escapan a diario sus maduras deidades y esta dulce
batalla le aniquila nuevamente (o, cabe decir, esta nueva batalla le aniquila
dulcemente). Y, como llevado por un viento oscuro que en la mañana de pronto su
ira desata, mirando a lo invisible –quien yo amo, quien a mi vida sentido da,
vibración y llama, no está- lanza su queja que es memoria en carne viva –o sí
que está pero sin estar, inútilmente-. Cuánto amor mana de su pecho estando
solo, ella no lo sabrá.
En el otro cuarto son dos
camas, son dos amores, dos esencias. Dos ausencias que desatan otras tormentas,
otros temores, otras ternuras. Él nunca puede, por más que se esfuerce, dejar
este dormitorio bien recogido, impecable, como los dormitorios infantiles que
salen fotografiados en las propagandas de los comercios. Siempre queda la
impronta de los dos, el temperamento. Aunque estén las cosas en su sitio, los
pijamas bajo las almohadas, los ositos de peluche sobre las camas, bien
colocados, con gracia, sus zapatillas, cada par en su sitio… siempre quedan las
caricias y los juegos indelebles en los muñecos, siempre se nota la forma del pie
en cada zapatilla, la manera de andar. Todos sus objetos están impregnados de
ellos y él los trata con espontáneo mimo, con amor involuntario. Jerónimo y
Flora están también, como Leo, pero ellos aún son pequeños para poder pensar siquiera
lo que su papá nota sus existencias. No son conscientes de cuánta ternura
ignoran.
Él tampoco es consciente de
todo esto, se mueve mecánicamente, con rutina, ausente de ese mundo emocional,
ignorante de que esa es su gasolina, pensando –menos mal que a Leo le han renovado
el contrato, así podremos pagar más cómodamente las mensualidades del piso, del
coche nuevo, la luz, el teléfono…- solo en este otro plano sensorial y
quejándose de todo –ahora tengo que salir a comprar fruta- -vaya por dios, ya
he puesto salada la sopa- -estos perros me quitan mucho tiempo- -parece que hoy
Leo se retrasa-. Solo piensa en acabar tanta tarea –madre mía- a tiempo de
poder comer tranquilamente y no llegar tarde a su trabajo que hoy le toca turno
de tarde y entra a las dos y media.
3
- Hola
cariño.
- Hola
Leo ¿cómo te ha ido la mañana?
- Normal,
ya sabes…
- Yo ya
voy con prisa. La sopa está un poco salada, no mucho, no creo que los niños lo
noten, mira a ver si lo puedes arreglar.
- ¿Volverás
muy tarde?
- No,
hoy me toca un buen relevo, Rafael siempre llega muy prontito. Lo que sí
llegaré es muy cansado, ya sabes que estos días que son vísperas de fiesta hay
mucho público en la Oficina de Denuncias y no podré parar ni para tomar café.
- Bien,
cariño. Te espero para ducharnos. Anda vete ya que vas tarde.
- Adiós,
amor.
- Hasta
luego. No metas a mucha gente en el calabozo. ¡ Y ten cuidado ¡