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13 septiembre 2019

REFORMA (Relato)


REFORMA

Antón me contó cómo se inició todo. 
Marta era hija de un amigo suyo. Había pasado por un penoso proceso de separación matrimonial y se había comprado un piso, de esos de oportunidad bancaria. Quería dejar aquel apartamento donde solo había conocido la felicidad que le proporcionaban sus dos hijitas gemelas. Su ex, padre de las niñas, había resultado ser un espejismo en su desértica vida.

El piso era bastante antiguo y necesitaba una buena reforma. Marta confió en su padre. Fermín ya se había jubilado hacía unos meses pero no pensaba fallarle a su hija. Tenía mucha experiencia en obras menores, electricidad y fontanería y se sabía capaz de realizar todos los arreglos necesarios. Todos excepto la pintura de paredes. Y por eso acudió a su amigo y compañero de fatigas. Antón le dijo sí, que le ayudaría, por favor, cómo no iba a hacerlo después de tantos años trabajando juntos, conociendo a su hija y a las gemelas…

Aquellas paredes estaban empapeladas. El salón y pasillo, por dos veces, papel sobre papel. Para hacer un trabajo en condiciones era necesario, incluso imprescindible, retirar todas las capas de papel y luego tapar grietas e imperfecciones, alisar bien con la lijadora y ya, por fin, dos buenas capas de pintura. Mientras Fermín se dedicaba a dibujar sobre los azulejos de cocina y baño la nueva instalación de fontanería y a tomar mediciones para el cableado eléctrico, Antón comenzó su tarea.

Con más dificultad en algunos testeros que otros logró quitar todas las capas de papel hasta dejar las paredes desnudas. A la vista quedó, en la pared principal del salón, entre parches de masilla y manchas de humedad, los nombres de José y de Marta torpemente escritos por alguien (nadie sabe por qué o para qué) antes de encolar los muros para empapelar. Tampoco sabe nadie el motivo de que Antón tomara con su móvil una foto de aquella pared con aquella leyenda. Me dijo que me lo había contado todo precisamente porque tenía la demostración de que era verdad con aquella foto porque, sin ella, la historia parecería ficción.

Como he dicho antes, el piso era bastante antiguo y casi todos los vecinos del edificio contaban con una edad avanzada (de hecho Fermín comentaba entre dientes que su hija y sus gemelitas se iban a mudar a un bloque de viejos), así que la curiosidad de Antón y el azar de un encuentro casual con una vecina anciana muy dicharachera revelaron que José y Marta fueron los primeros dueños de aquel piso, vendido y comprado varias veces. Que fue una pareja muy enamorada, muy simpáticos y muy felices hasta que ocurrió aquello.

Después de muchos intentos fallidos Marta logró quedarse embarazada y fue ya casi a término cuando detectaron que venían dos criaturas. Pero el parto fue muy desgraciado, los cordones umbilicales estaban tan enredados que nada pudieron hacer para salvarlos. Al revés, la sangría que provocó tanta intervención de la matrona acabó también con la madre desangrada y le causó la muerte. Al final de la década de los cuarenta no teníamos los adelantos médicos de hoy. Tampoco existía la asistencia de sicólogos tras las desgracias. Una semana después de los funerales José apareció muerto en una cama de hotel. El forense detectó cianuro.

Varias veces se vendió el piso a distintos dueños que casi nadie recuerda. Personas anodinas y especulación inmobiliaria. También unos años cerrado, casi abandonado. Unos okupas, un desalojo y una ejecución hipotecaria. Qué casualidad Fermín, dijo Antón, llamarse tu hija Marta y tener gemelas. Espero y deseo que su estancia en esta casa sea como la reparación de tanta infelicidad, que sea una nueva oportunidad de vivir entre estas cuatro paredes. ¿Sabes Fermín? Yo le he quitado al piso todo el papel pintado y ha sido como quien se va quitando la ropa hasta quedarse desnudo, sin tapujos, sin secretos, dejando su alma libre y expedita. Que nada tape ni tapone ahora la felicidad que merece tu hija.

Así me lo contó Antón y así os lo cuento yo. La vida es una sucesión de casualidades como estas, como otra es que yo me llame José, como tantísimos hombres. Como conocer a una divorciada con dos hijas y enamorarse de las tres, otra casualidad. Antón me contó cómo se inició todo, final no hay.