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05 enero 2020

(DES)CUENTO DE NAVIDAD (Los desmanes y los manes)


(DES)CUENTO DE NAVIDAD

(Los desmanes y los manes)

No puso tantas lucecitas ni tantos adornos en el árbol como el año anterior (como un sesenta por ciento o algo así). Prácticamente con la mitad de espumillón repartido por los muebles adornó la casa. Y en el salón colocó un portal de Belén muy sencillo que aún a fecha de hoy seguía sin el niño en el pesebre (todos los años lo colocaba en su sitio a las doce de la noche del 24 al 25). Esa costumbre la conservaba, otras se fueron adaptando a los años que cumplían y a la menguada economía de los jubilados. La mesa, tan adornada otros años, dejaba bastante que desear: Mantel de papel, platos de cartón, y velas rojas de parafina. Una navidad muy de rebajas. Tres días después todo seguía como se quedó esperando el regreso de urgencias. Del corazón también le habían recortado una porción grande con la pérdida. Su ausencia se notaba demasiado hasta que en su cielo se abrieron las nubes y los dioses manes acudieron de visita. Rompieron todos los vales descuento que estaban acumulados en la casa y dejaron libre de ofertas aquella Navidad. Entonces fue cuando vino a sentarse a la mesa el tiempo suficiente para darle un beso mientras su espíritu habitaba el vacío que le había desangelado el alma.
Varios días después una bengala pirotécnica lanzada desde la carroza del rey Baltasar erró su ruta y se quedó prendida en el balconcito del salón de forma que iluminó el cuerpo inerte junto al cristal hasta que el juez pudo llegar para levantar el cadáver. Al poco, una pareja llegada del otro lado de las montañas se instaló allí con su bebé en busca de mejor vida.



3 comentarios:

  1. Escribía Bertrand Russell, quizás emulando a Jorge Manrique, que debemos tomarnos la vida como el discurrir de un río. El agua no puede frenar su continuo tránsito en el hontanar del que nace, ni en su lecho (sea recto y plácido, de meandros, con aguas torrenciales, con cascadas o con algo de todo ello) ni en el esparcimiento de la desembocadura. Si forma pozas y se estanca, esas aguas se pudren y contaminan a las que empujan y las que, por inercia, son empujadas. Cualquier cauce representa las generaciones. Si las que nos precedieron fueron generosas y no se detuvieron en evitación de que la podredumbre afectara a las venideras, las presentes hemos de hacer lo mismo por pura coherencia. Nuestros hijos merecen tal ejemplo. La egocéntrica cobardía no detiene el curso del río; o sea, el curso de la naturaleza; es decir, la conjunción del más recóndito elemento de los planetas en el espacio que cada uno ocupa. Ellos correrán la misma suerte, aunque se muevan en el tiempo sideral.

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  2. Con ese fondo filosófico, saco a colación ahora su frase "Las sonrisas solidarias legan surcos a las mejillas y licuan la pulpa de la alimenticia soledad", para seguir el curso del río.
    Este relato es un trasunto de la realidad que vivimos.

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  3. La soledad, tan desdeñada en esta época, es un poso necesario. Y, efectivamente, una pulpa alimenticia del espíritu.

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