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11 noviembre 2018

KARAOKE (Microrrelato)


HISTORIAS DE RISA PARA NO REIRSE
CAPITULO  2

José Luis Maldonado, como persona, era bastante sencillo (por no decir simple). Tenía un carácter bastante plano, nadie que yo sepa recuerda haberlo visto alguna vez enfadado pero tampoco visiblemente alegre. El equilibrio era su característica principal. Su tono de voz era agradable, su timbre, ni grave ni agudo y siempre al hablar usaba un volumen que no molestaba a nadie y era suficiente para entenderle perfectamente. Cuando leía sus modélicas sentencias ¿no he dicho aún que era Juez?, lo hacía de forma tan melódica que no rechistaba ni el tato. Todos esperaban al final sin interrumpirlo y casi siempre, tanto acusados y abogados como fiscales y testigos e incluso el público de la sala, terminaban obsequiándole con un buen aplauso, sincero y generalizado. A veces, cuando oficiaba bodas, hasta lo besaban.
Muy pocas personas sabían o sabemos el gran secreto que guardaba el Sr. Juez, algunas por cómplices, otras por encubridores, pero de ningún acto delictivo, no se imaginen nada de eso. Es que José Luis Maldonado era muy aficionado (forofo diría yo) al Karaoke y casi adicto a los aplausos. El problema era que pensaba que su seria y lacónica actividad profesional era demasiado incompatible con su única afición, tan festiva, que ésta podía deteriorar su prestigio como Magistrado, así que lo mantenía en secreto, un blindado secreto, y lo venía manteniendo en secreto ya mucho tiempo, años, desde aquella primera vez, cuando aquellas ganas de cantar en voz alta leyendo la letra de “Sobreviviré” le llevó a pensarlo y a hacerlo: Sentado en su sofá, viendo la tele, mirando a su mujer cómo hacía punto, se metió la mano en el bolsillo de la chaqueta y cogió el móvil, fue a ajustes, fecha y hora, alarmas.... programó para dentro de 10 minutos una alarma y eligió el mismo tono que tenía para sus llamadas entrantes.
Desde aquel día se repetía de vez en cuando la misma historia. Cada vez menos espaciada en sus intervalos. Hasta que ayer, cuando llegó la hora, sonó la alarma, José Luis Maldonado cogió su móvil y la detuvo a la vez que se acercó el teléfono a la oreja:
  • Diga... sí, soy yo... ¿un accidente de tráfico?... ¿donde?... no, no, no avisen al chófer del juzgado, esta mañana no se encontraba muy bien... yo me encargo, no me importa conducir... voy para allá.
  • ¿Qué pasa cariño? ¿Otro levantamiento? Este año parece que no va a mejorar esa trágica estadística.
  • Qué le vamos a hacer... intentaré no tardar mucho.
Un ligero beso en la frente a su esposa. Puerta, ascensor directo al garaje, siete pisos, vamos, vamos, mando a distancia, coche y... en fín, en pocos minutos ya estaba en el Salón Latino, cantando temas ochenteros, de los italianos, los más románticos y melosos, tan apropiados para su voz.
Después de disfrutar seis o siete temas le sonó el móvil y tuvo que ir a... ¡¡¡¿su domicilio?!!! para realizar un levantamiento de cadáver... una mujer se había lanzado al vacío. 

1 comentario:

  1. Menudo tenía que ser el juez!!! Como todas tus historias de risa para no reírse, invita a leerla varias veces...

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