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15 enero 2018

DOS MIRADAS Y UN REMORDIMIENTO (Microrrelato)

                                             
DOS MIRADAS Y UN REMORDIMIENTO

Desde el porche de la casa yo lo miraba. Abrió el maletero de su flamante berlina con su minúsculo mando a distancia. Colocó en su interior mi cuadro envolviéndolo con una tela acolchada. Desde el porche, absorto, lo miraba. Cerró el portón con un gesto altanero y abrió la puerta del coche dejando ver la tapicería de cuero y el ordenador de a bordo.  Sin un gesto amable ni despedida alguna se acomodó y accionó el arranque. Desde el porche lo miraba. Aún con la puerta del vehículo abierta introdujo una orden en el navegador, seleccionó un tema musical y encendió un cohíba. Desplegó el techo solar. Se atusó el bigote. Se acarició la barba. Se miró al espejo y repasó su peinado. Entonces cerró la puerta e inició la marcha. Justo antes, torció la cabeza para encontrarse con aquella mirada que desde el porche yo le mantenía. No hubo saludos.     
Contando mi dinero recordé que un día, en un país lejano adonde viajé de vacaciones,  compré unas babuchas de piel de camello, hechas a mano, tras un largo y absurdo regateo con el artesano. Las elegí después de ofrecerme otras muchas en su taller, después de aceptar un té de hierbabuena hecho para mí por su atenta esposa. Después de descansar en un cómodo puf de piel durante un buen rato mientras fumaba de la narguile que me preparó su hija pequeña. 
Recordé que aquel pobre hombre de manos toscas también me mantuvo la mirada desde el porche cuando emprendí la huída.



                                 

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