BORRASCA
Llovía a mares. Aquellos tres
días sin parar de llover habían promovido que el desánimo y el aburrimiento se fueran
adueñando de Andrés. Había recibido la lluvia como el llanto que no tuvo a
pesar de la pena (o quizá fuera rabia) que le produjo la ruptura con su novia.
Una ruptura inesperada por completo. Mientras cenaban en aquel restaurante de
Plaza Mayor, después del cine, ella dijo que iba al baño y ya no volvió. Tras
un rato de espera, Andrés recibió un whatsapp muy claro: “Estoy en el tren
camino de mi casa. No quiero volver a verte ni hablar contigo. No te molestes
en llamarme, que no contestaré. Te lo digo por aquí para que no estés esperando
toda la noche como un tonto. Adiós”.
Llevaba días pensando y bebiendo
y fumando, y tanta mierda consumida le había creado la convicción de que él no
había dado motivos para aquella espantada de su novia y trataba de consolarse con la idea
de que ella era una chica inestable y caprichosa (así la consideraba) y que,
cualquiera sabe por qué, habría decidido no compartir más vivencias con él. Que
sabría lo que hacía, que ya era adulta para manejar su vida. Que le deseaba
suerte…
Mientras meditaba, fumaba un
cigarrillo más en el ventanal entreabierto del salón y casi salpicado por la
lluvia. La noche no era muy distinta a la de ayer ni a la anterior, pero sí su
percepción de las cosas, ahora menos pasional y más cuidadosa y analítica.
A aquellas altas horas, abajo en
la calle, vio llegar un coche exactamente igual que el suyo (ese bollo en la chapa y el espejo roto e incluso la matrícula capicúa) y en él fijó su
atención y su mirada. Paró en doble fila a unos seis o siete metros de los
contenedores de basura (donde él mismo solía hacerlo). Del lado del acompañante del conductor se bajó una
joven que, bajo la fuerte lluvia y sin paraguas, se dirigió hacia los
contenedores con algo en la mano que quería tirar. Le notó una duda y vio que
tardó un poco en decidirse ¿azul? ¿amarillo? hasta que lo dejó caer en la calle. Volvió al coche, pero no pudo montarse. A través de la ventanilla
mantuvo una corta conversación y al poco rato el coche arrancó y se marchó sin
ella. La chica estaba empapada.
La altura del edificio desde
donde Andrés observaba la escena y la cortina de agua no facilitaban ver con
claridad las facciones del rostro de la joven, pero su porte, su talle, su
forma de moverse, le resultaron familiares pero cómo podía ser ella. Sintió el impulso de bajar a la
calle. Salió del apartamento sin cerrar la puerta. El ascensor no tardó en llegar,
pero fue lento, muy lento bajando. Salió del portal. Ahora no llovía, estaba
saliendo el sol pues clareaba. Cruzó la calle y buscó la chica, pero ya no
estaba. Miró a su alrededor yendo aquí y allá. Unos minutos y desistió de la
búsqueda. Parado en la acera sintió algo bajo sus zapatillas y levantó un pie.
Era una sortija. Un aro fino y sin adornos. Se agachó y lo recogió junto a la
basura. No pudo comprender por qué en el interior estaba grabado su nombre y
una fecha. Bastante confuso volvió a su
apartamento. En el ascensor, durante la subida, pensó en llamar a su ex. Se lio
otro joy mientras ordenaba sus argumentos y por fin cogió el móvil. Cuando quiso
llamar vio en la pantalla una ventana de diálogo de dos líneas donde se leía en
la línea de arriba en minúsculas ¿Desbloquear contacto? y abajo en mayúsculas
CANCELAR – ACEPTAR.
