IMPRONTAS
Parecía que el padre jamás saliera del sótano. Allí tenía montado su taller, muy ordenado todo, cada herramienta en su lugar, algunas en la pared, colgadas de alcayatas: alicates, martillo, sierra, hacha; otras bien dispuestas sobre la mesa de trabajo: destornilladores, limas, cúter; todo nuevo y colocadito en la misma posición. Nadie comprende cómo generaba tanto ruido.
La madre estaba siempre trajinando en la cocina. Hija de carnicero, manejaba los cuchillos de la tacoma con maestría y dedicación inusitadas. Decapitaba pollos y destripaba conejos para trincharlos y cocinarlos en sabrosas salsas. Los aromas asombraban por ser tan espesos y duraderos.El hijo, como aún no tenía edad de escuela, pasaba los días buscando diversión por la casa. En las noches jugaba a ser mayor practicando aparecer y desaparecer en la oscuridad del dormitorio rosa. Era cuando Teresita castañeteaba los dientes bajo estas sábanas de corazoncitos estampados que nunca la protegieron.
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