LAPSO
El pensamiento no se presentaba en palabras que
pudieran tomarse como punto de partida para desarrollar una secuencia lógica y
llegar a un final, sino más bien como un cúmulo arrollador de sensaciones que
acudían vertiginosas a mí, recorriéndome desde la frente hasta la punta de los
dedos. Cada una de esas sensaciones provocaba un cambio perturbador y al mismo
tiempo promovía el presentimiento de una felicidad inminente y desconocida como
si viniera, desde un fondo oscuro, para entrar en un ámbito nuevo jamás antes
abierto de otra manera.
Entre tanto, mis mismos pensamientos parecían haberme
alejado del sentimiento de relación con la avioneta. Estaba pilotando
mecánicamente, perdido en mi interior.
Envolviéndome, girando a mi alrededor con los
movimientos del aeroplano, el paisaje llegaba hasta mí con la sensación de
soledad y abandono que parecía esperarme al final de todos mis pensamientos,
como si éstos, en su discurrir, se encontraran con una barrera infranqueable
detrás de la cual se asomara la esperada respuesta.
De pronto, el mar de pinos se abría para dejar ver un
amplio panorama de llanuras que se desplegaban a mi frente mostrándome
múltiples parcelas, pequeñas porciones de paisaje que se necesitaban unas a
otras para ser paisaje y que se sucedían para ser un vasto paisaje. Sentí la
soledad como un objeto que perdía su transparencia y se hacía casi palpable. Al
mismo ritmo mi pasado se quedaba más y más atrás, no olvidado sino ajeno.
Pero atravesar el espacio sin límites del valle,
descendiendo desde las montañas bajo una luz neutra y sin sombras, tenía algo
engañoso, era como asistir a un espectáculo en el que un gesto de
prestidigitación hiciese que la realidad se perdiera en un velo de falsas
apariencias.
Al volver la luz me quedé en mi asiento resoplando,
descontrolado, adaptándome al nuevo ambiente, tras aquella inesperada variación.
Sin poder articular movimiento alguno hasta que reconocí la gran pantalla
semicircular del Cinerama que, ahora, también se había quedado en blanco.