Un resplandor de luces y
sombras diabólicamente entrelazadas se iba acercando imperceptiblemente y, sin
yo saberlo, se estaban abriendo en mí las ventanas de una percepción que hasta
entonces había permanecido aletargada. Lo mejor y lo peor iban a llegar, y con
ellos el desmoronamiento de las señales que hasta entonces habían guiado mi
visión de las cosas, y la aparición de otras nuevas en las que a duras penas se
tendría que sustentar mi nuevo interés por “las abortivas tristezas y cortas
alegrías del género humano” que, como dijera el poeta, nunca ha soportado
demasiada realidad.
(de “El efecto doppler”. Jesús Ferrero)
…la escritura, el arte, es
una broma que se hace por jugar, solo por jugar, como me dijo una vez…
(de “La ciudad doble”. Carlos Perellón)
MI
CREACION
Aquel día todo estaba vacío. Todo excepto el espacio que
ocupaba mi propio cuerpo. Nada sucedía sino lo que yo mismo decidía…
Llamé al color y vino para mi contemplación. Pero me aburría
ver los colores ordenaditos como en el arco iris. Estaba cansado de ver siempre
iguales las mismas escalas, tan formales y uniformadas. Es verdad que fue una
lucha para mí organizarlos en sectores diferentes a los convencionales, pero
fue una lucha maravillosa.
El verde se sentía tan feliz
que casi se convierte en blanco, el marrón aprendió a comprender al gris, y la
concordia entre ellos se vistió de celeste claro, el amarillo se abrazaba al
rojo y salpicaban gotitas naranja, el azul era otra cosa… el violeta… qué decir…
Luego llamé a las formas y
vinieron todas. Algunas de ellas jamás vistas por nadie en este mundo (pero qué
tontería estoy diciendo, este mundo era solo mío y solo yo moraba en él).
Entonces ordené que las
formas y los colores se integrasen y así ocurrió. Después llamé a la luz y a
las sombras. A las tres dimensiones y a la perspectiva. También llamé a las
notas musicales y a sus escalas, a los tonos, los timbres y las entonaciones.
Por último llamé al aire y dispuse que circulara libremente por todo el ámbito.
¡Qué satisfecho me sentí
cuando contemplé mi obra! ¡Qué contento cuando escuché su sonido!
Pero… un momento… estaba…
entrando de lleno en la trampa de la vulgaridad… ¡qué vulgaridad!... había
hecho justo lo que cualquiera hubiera hecho… no, no… nada tenía el valor que yo
quería… tendría que ser más original… o… mejor… único.
Por eso lo hice. Simplemente
doté de color a los sonidos. No lo pensé mucho, ya lo sé, pero lo hice.
Cuando todo estaba
silencioso, todo se iba borrando hasta casi desaparecer y cuando surgían
sonidos aparecían parcelas de color en movimiento que teñían las formas
circundantes. Parece fácil contarlo, pero no es imaginable que fuera ocurriendo
tan espontáneamente ¿verdad?. Si había varios sonidos simultáneos la cosa era
más complicada porque las formas, que eran de los colores inherentes a aquellos
sonidos, se hacían de varios colores a la vez ¿lo puede imaginar?. Pues si yo
fuera capaz de explicarle cómo era mi mundo a las horas en que todo sonaba, podríamos
enloquecer. Por eso se hacía necesaria mi intervención de nuevo, había que
modificarlo todo otra vez, así que lo hice. Volví a hacer transparentes a los
sonidos. Pero como éstos se habían integrado ya a los colores, resultó que los
colores se hicieron también transparentes y… todo se veía como a través de unas
gafas de sol multicolores.
Bueno, pensé, al menos así no
es molesto sino llamativo y raro. El ambiente recordaba el interior de las
grandes catedrales góticas, repletas de fabulosas vidrieras. Entonces, de forma
casi automática, comencé a tararear algo parecido a un canto gregoriano y…
¡sorpresa! De mi boca salían fluidos aeriformes de suaves colores que impregnaban
el espacio y lo poblaban como se de humo se tratara. Era una sensación singular
pero sumamente placentera, tanto que quise experimentarla con otro sentido más…
Para mi regocijo dispuse que
cada tono de color emanara su propio perfume y una delicada sensación natural
me embargó, pues todos ellos nacieron de la libertad y la ternura.
Para un color dorado pálido
con brillantes reflejos correspondía un aroma frutal y delicado pero intenso,
como de frutas recién cortadas, un aroma prolongado que se iba enriqueciendo con
nuevos matices cuando se iba mezclando con otros de aquel ambiente que ya se me
antojaba mágico.
Gracias al olor pude
ejercitar también el sentido del gusto ya que, al respirar, entraba en mí aquel
aire coloreado y perfumado y, si yo respiraba por la boca, la sensación del
gusto me inundaba…
Había un color que estaba
exquisito. Era el color de las fresas, de los tomates, del vino tinto, de la
sangre… pero no sabía a nada de eso… solo sabía a rojo. Y el sabor del verde
nada tenía que ver con las espinacas ni con los pimientos ni con la menta, sabía
simplemente a verde. Además -y esto era muy curioso- no eran sosos ni salados
los sabores. Tampoco eran dulces o amargos, ni puedo decir que fueran fuertes o
suaves, ni frescos o rancios… eran… perfectos todos y muy diferentes entre sí.
Eso también era mágico.
Después de comer curioseando
el sabor de los colores puros y también de combinaciones de colores –de lo que
disfruté sobremanera- pensé que ya había oído, visto, olido y degustado bastante
bien aquel mundo mágico que había creado y que, para conocerlo en todas sus
dimensiones y facetas, solo faltaba que lo palpase. Quise entonces tocarlo,
rozarlo, acariciarlo, abrazarlo…
Fue así como sentí mi mundo
realmente vivo. Hasta aquel momento todo había sucedido como una increíble alucinación,
pero ahora lo sentía palpitar y latir junto a mi piel. Se había creado un mundo
único y fue entonces cuando nací dentro de él. O, mejor, cuando nací de él. Aquel
día se disipó el vacío…
Entonces abrí mis ojos y
recuperé tu imagen y recordé que nunca antes te había besado.
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